lunes, 26 de mayo de 2014

Del fuego en el que ardemos

Chorreado, escuchaba atentamente palabra por palabra en plena oscuridad sin poder responder a un deseo desbordado.

Le relataba una fantasía: Ella como una completa inexperta, sentada al borde de la cama esperaba ansiosa que le marcara un recorrido. Él parado delante, con la mirada encendida en sus labios, se acercaba pasándose las manos por la bragueta, sudorosas y nerviosas buscando la manera de mantenerla expectante.

Ahora sí se acercaba a la altura de su rostro, con el sexo palpitante entre las manos y ella observaba obediente. Le dió las instrucciones correctas, ella agitada soportaba pasivamente su excitación. Paciente, recibe el regalo de sus manos, ahora tiene en su boca un glande húmedo y exhuberante. 


Le echa la cabeza hacia atrás, le ordena que vaya despacio mientras ella se debate entre las ganas de morder y succionar. Le brota un salvajismo que no puede desatar, a veces la sumisión es maravillosa. Ejerce cierto poder sobre él, sabe muy bien que puede lograr torturarlo de placer.

Se lo pone en su boca y siente como crece, es una batalla silenciosa. Engullir sintiendo la firmeza de la carne desplegarse sobre su lengua, que con movimientos envolventes la saborea de arriba hacia abajo. Un raspón, una caricia húmeda, sofocón y el trago amargo. 

Cuando termina su relato, le da la espalda y se dispone a dormir toda mojada. Las palabras hicieron lo suyo, él en la oscuridad la presiente, la observa con ganas de romperla, de ultrajarla. Se duerme con la erección de la impotencia. 

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