viernes, 22 de noviembre de 2013

El encanto de las sirenas

Las sirenas existen, son mujeres de carne y hueso que alborotan la existencia de los hombres sensibles afectos a la tibieza del cuerpo, a los pezones erguidos con frescura de césped recién cortado, muslos cálidos y aliento a sexo. Las mujeres bellas de este mundo emanan sabiduría universal, como si nacieran conociendo que poseen un poder que trasciende todos los tiempos. Copulan con la seguridad de que amarran trastos a su alrededor, casi como las águilas, de costado y mirando de reojo.

Y es que la belleza en su estados puro, es eterno. Y los hombres, generalmente todos por naturaleza sensibles a este sortilegio, ensalzan a sus musas con odas y obsesiones que les dura toda la vida. Muy pocas veces, el hechizo se rompe. No hay persona que haya vivido demasiado como para no recordar un rostro bello.

Quienes aman a sus sirenas se consuelan pensando que la belleza que ellos admiran tiene fecha de vencimiento. Días tras días recuperan una extraña calma parecida al periodo de quietud que antecede a la tormenta, convenciéndose que ellas pierden 24 horas de luz. Imaginan a estas mujeres segundo tras segundo transcurrido en una batalla perdida a la ley de la gravedad, más duermen tranquilos imaginando que serán ancianas cuya decrepitud progresiva será desesperante.

Lo peor de estos casos es la anestesia, tanto persiguen esos seres la iluminación de sus ninfas hasta el punto de buscarlas en otros cuerpos, de ser posible una vida entera, que dejan pasar amores increíbles, historias que marcarían sus rumbos, placeres que les proporcionaría longevidad. Pero no, no despiertan nunca del hechizo y se pasan persiguiendo e imaginando decaer a sus amores imposibles... Ellas, en cambio, mueren como todas las mujeres...con la gloria de haber sido bellas pero con la misma existencia finita que posee la más fea.

El poeta Jorge Allen del Barrio de Flores de las Crónicas del Ángel de Alejandro Dolina agrega más referencias al respecto:  "Nadie puede negar el poder diabólico de la belleza. Se trata en realidad de una fuerza mucho más irresistible que la del dinero o la prepotencia. Cualquiera puede despreciar a quien lo sojuzga mediante el soborno o el temor. Por el contrario, uno no tiene más remedio que amar a quien le impone humillaciones en virtud de su encanto. Y ésta es una trágica paradoja".

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