domingo, 7 de abril de 2013

La experiencia religiosa de Doña Lucrecia

"En el fondo del  torbellino placentero que era ella, la vida, como asomando y desapareciendo en un espejo que pierde su azogue, se delineaba a ratos una carita intrusa, de 

ángel rubicundo. Su marido le había levantado el camisón y le acariciaba las 
nalgas, en un movimiento circular y metódico, mientras le besaba los pechos. 
Lo oía murmurar que la quería, susurrar tiernamente que con ella había empezado para el la verdadera vida. Dona Lucrecia lo beso en el cuello y mordisqueo sus tetillas hasta oírlo gemir; luego, lamió despacito aquellos nidos que tanto lo exaltaban y que don Rigoberto había lavado y perfumado cuidadosamente para ella antes de acostarse: las axilas. Lo oyó ronronear como un gato mimoso, retorciéndose bajo su cuerpo. Apresuradas, sus manos 
separaban las piernas de dona Lucrecia, con una suerte de exasperación. La acuclillaron sobre el, la acomodaron, la abrieron. Ella gimió, adolorida y gozosa, mientras, en un remolino confuso, divisaba una imagen de San Sebastian flechado, crucificado y empalado. Tenia la sensación de ser corneada en el centro del corazón. No se contuvo mas. Con los ojos entrecerrados, las manos detrás de la cabeza, adelantando los pechos, cabalgo sobre ese potro de amor que se mecía con ella, a su compás, rumiando palabras que apenas podía 
articular, hasta sentir que fallecía (...)".

(Elogio de la Madrastra - Mario Vargas Llosa)

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